23 enero 2011

Dominicos

El muro de adobe, y ladrillo más tarde había estado ahí desde el siglo XVII y, en otras épocas, era la separación entre un cierto paraiso y todo un infierno. Dentro, los monjes, dominicos en esta ocasión, disfrutaban de su pobreza de sopa boba diaria, de su jardín, de su ora et labora y, desde el otro lado de ese muro, dominaban el tiempo y nuestras vidas al toque metálico de la campana de su convento.

La iluminación en aquella época no sería muy distinta de la que hay ahora.

La modernidad hizo pasar una carretera nacional junto al muro y lo convirtió en un vestigio gris e hizo que asomaran los ladrillos en ciertos desconchones.

La postmodernidad tapió las ventanas que dan a la ya antigua nacional, que las autovías han convertido en un vestigio gris camino de Madrid. En ámbar intermitente el semáforo, declara inútilmente que ya no es esa parada obligatoria en medio de un pueblo y en la que se despertaban los niños para preguntar cuánto quedaba de viaje de vuelta de los sures inciertos y soleados.
Su ventana enmarca un trozo de ese muro al otro lado de la carretera. Sus arrugas, la melancolía de más tránsitos; y la esperanza cuando, desde el fondo de la calle se oyen los pasos de algún transeúnte que pasa, fugazmente, frente al retablo inmovil desde hace mucho tiempo de su sala de estar. Dentro la luz es de un amarillo macilento y al fondo del salón la tele vomita actualidad...es ahora la que marca el tiempo, domina nuestras vidas al son de su vacuos ecos de pantalla plana...
Los que ahora pasan por aquí andan perdidos...como todos...como siempre...desde que el muro es muro...

1 comentario:

Eowin dijo...

Recuerdos del ayer con nos brindas con la sutileza de tu pluma, parajes de nuestras memorias que aparecen.