14 noviembre 2005

De libros, puntos rojos y pensamientos silbados

La verdad es que me había prometido no comprar más libros hasta que no terminara todo lo que ya tengo acumulado, pero no he podido evitarlo. Al salir un rato a la calle ahí estaban, mirándome desde el kiosko. He mercado dos libros más de historia de España. Son gordos, encuadernados en rústica. Ya calentaba el sol un poco el vaho brumoso mañanero.
Por la tarde al salir he dejado que mis pies me guien hacia donde quieran, no interviene la cabeza. He llegado a la vieja alameda que tanto me gusta. Paseo por el centro, por entre los plataneros que ya han dejado caer sus hojas en medio del temporal. Al fondo he visto casetas. Conforme me voy acercando vislumbro gente asomada...asomada a páginas, es la feria del libro viejo y de ocasión. Tiene el sabor añejo de las ciudades de provincias. Empiezo por el final del paseo, ojeo los libros, hojeo algunos de ellos. Los hay de todos los tamaños y formas, de todos los autores y en muchos idiomas. Miles y miles de historias, de letras y de pensamientos de mucha gente. Un pequeño rincón de libertad de ideas que vuelan y te rodean por las casetas, en muchos otros sitios de la ciudad no se respira tan amplio. Pienso en los escritores famosos que allí hay; pienso en los escritores no tan famosos, en libros buenos, en unos no tan buenos....es un pequeño microcosmos. No he comprado nada pero tengo que volver. Me llaman la atención los viejos manuales de agricultura, de buenos modales, de urbanidad para niñas, al estilo antiguo y con su letra.
Me vuelven a la realidad los enormes puntos rojos de las medias de una niña que ha tropezado conmigo y el pensamiento dulce de una canción de Marlango.
Vuelvo a lo mío. Hace frío. Por fin. Huele a castaña asada y me encuentro silbando entre la gente el himno de Riego.

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